"No he conocido a nadie que me pareciera grande de verdad que fuese un canalla, o un chulo, o un vanidoso enamorado de sí mismo. Hay artistas de un egocentrismo grotesco, algunos de ellos muy célebres. No se me ocurre ninguno que no esconda una parte de banalidad o de impostura en su obra, por mucho que la canonicen. Y tampoco suele haber proporción entre la escala del mérito o el reconocimiento público y el tamaño de la vanidad. Hay premios Nobel -y no solo de literatura, o no especialmente- mucho menos arrogantes que algún poeta de difusión comarcal o algún genio de la narrativa que a lo mejor no ha publicado más que algún relato, alguna novela, o algún artista de estos que no son pintores ni escultores ni fotógrafos sino artistas sin más, artistas porque sí, porque lo dicen ellos.
Cuánta tontería. Cada vez entiendo menos que a un literato o a un diseñador de moda o a un actor se les conceda un derecho a la arrogancia que sería inverosímil en un buen ingeniero o un buen médico, en un mecánico concienzudo, en un profesor que mejora para siempre la vida de un alumno al ayudarle a descubrir sus mejores capacidades."
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